Los pastos tienen la cualidad de generar un rebrote después de haber sido pastoreados o cortados casi en su totalidad. Esto responde a la capacidad de trastocar las reservas acumuladas en las raíces y poder fotosintetizar con el remanente que les queda. Otro de los motivos es que la mayoría de las especies tienen sus meristemos o puntos de crecimiento que no están al alcance del bocado de los animales.
La primer gran diferenciación entre las plantas forrajeras se podría definir entre leguminosas y gramíneas. Particularmente las diferencias están dadas por cuestiones morfológicas y funcionales. Dentro de estos grandes grupos, también existen diferencias entre sus especies. En el caso de las leguminosas, las especies más destacadas, se encuentran la alfalfa y el trébol, blanco y rojo.
La alfalfa es una planta perenne que tiene un ciclo PEO (Primavera-estivo-otoñal) con un periodo de latencia invernal. Al igual que toda leguminosa tiene una raíz principal, pivotante con una gran capacidad de explorar hacia abajo y lograr gran profundidad. Tiene una capacidad de almacenar reservas muy grande y su principal órgano para esta función es la corona. Es ahí desde donde, después de ser pastoreada, la planta rebrota, a partir de sus yemas, usando la energía que está reservada tanto en la misma corona como en las raíces.
Para ser pastoreada, al igual que con todas las plantas uno debe respetar y seguir sus ciclos para lograr una buena producción y perdurabilidad, respetando sus formas para rebrotar. Se la puede pastorear de una manera intensiva, pero sin permitir que la corona sea dañada. Esto debe suceder cuando la alfalfa tiene sus raíces y corona llenas de reservas, a causa de periodos largos de descanso y recupero. Por el contrario, pastorear de manera frecuente, hace que la planta no logre acumular las reservas y los rebrotes sean cada vez menos y con menor potencial, como así también generar la pérdida de plantas y por consiguiente, productividad.
Hay ciertos parámetros que uno puede tener en cuenta para poder determinar el momento óptimo o más cerca al óptimo para entrar a comer alfalfa.
El rebrote y el estadio de floración son indicadores que nos acercan de una manera considerable a suponer que la planta logró “llenar” la corona y su raíz con las reservas necesarias. Como todo en la naturaleza hay excepciones y no es una regla matemática. En tiempos donde el agua escasea, la planta, para cumplir su ciclo lo más rápido posible, tiende a florecer de manera prematura y esto hace que los niveles de reserva sean bajos y uno no pueda tomarlo como un indicador fiable.
También puede suceder que ciertas condiciones ambientales no estimulan a la planta a que llegue a este estadio, pero si sucede que acumulo las suficientes reservas para poder ser pastoreada. Otra de las cuestiones a mirar para poder determinar el momento de comerla es cuando se le empiezan a caer las hojas basales o empiezan a amarillear.
Al tratarse de una planta que crece a partir de su rebrote, los tiempos de permanencia en el lote por parte de los animales juega un rol muy importante en la perdurabilidad de la planta a lo largo de los años. Permanencias muy largas hacen que las vacas tengan la posibilidad de seleccionar y comerse los brotes agotando las reservas rápidamente y haciendo que sea de gran esfuerzo para la planta volver a crecer. Al no tener la capacidad de recuperar su stand de plantas es clave lo antes mencionado, ya que una planta que se murió, es una planta que no va a volver a nacer. Una planta que no va a volver a nacer, es una planta que no va a producir y que no va ser convertida en carne o leche.
Otra leguminosa de gran importancia en el mundo forrajero son los tréboles, blanco y rojo. El trébol blanco tiene un ciclo OIP (otoño-invierno-primaveral) pero que tiene la capacidad de poder expresarse en el verano. Al igual que la alfalfa tiene una raíz pivotante pero tiene un porte más bien rastrero.
Los estolones, son tallos rastreros, con entrenudos cortos, que tienen la capacidad de generar raíz y a partir de ahí otro tallo, hacen que esta especie se caracteriza por tener un gran grado de avance en la pastura con respecto a otras especies.
Estructuralmente las hojas más nuevas están cercanas al suelo y esto hace que los animales no tengan acceso y le den prioridad a las más viejas, favoreciendo al renuevo. Después de ser pastoreadas el rebrote lo hacen por medio de los estolones y de las hojas más nuevas que tienen una gran capacidad fotosintética. Esto hace que un pastoreo muy intenso no le genere problemas para poder volver a brotar. A diferencia de la alfalfa puede ser pastoreada de una manera más frecuente sin que su rendimiento se vea afectado de una manera considerable. Es una especie sensible al calor, donde un suelo con altas temperaturas puede generar efectos negativos en la raíz. Es por eso que en verano se debe evitar un pastoreo excesivo para no exponer al suelo a los rayos del sol y que este se caliente.
El trébol rojo, también tiene un ciclo primavero-estivo-otoñal pero presenta una morfología más bien erecta si uno la compara con la del trébol blanco.
Si bien sus reservas al igual que la alfalfa, las acumula o deposita en la corona y en la raíz, estas estructuras son mucho más chicas, por ende su capacidad de acumulación también es menor. A diferencia del trébol blanco, no soporta pastoreos intensos y agresivos ya que las yemas que son responsables del rebrote están relativamente expuestas para que sean comidas por los animales. En consecuencia, los pastoreos intensos van a generar de manera inmediata rendimientos inferiores a los esperados y hasta pudiendo ocasionar en ciertos casos la muerte de las plantas. El indicador que se tiende a usar para decidir en qué momento entrar a comerlo suele ser la floración y el amarilleo de sus hojas.